Si bien la pregunta esconde una falsa disyuntiva, responderla exige definiciones internas que ilustran muy bien los desafíos del trabajo hoy. Primero, porque supone que ambos –la vida y el trabajo- son excluyentes. Segundo, porque asume que el trabajo es algo contrario a la vida, o que la perjudica.
Si consideramos que pasamos la mayoría de nuestra vida adulta trabajando, la afirmación se hace aún más perturbadora, y es difícil que lleguemos a una respuesta satisfactoria. Si concluimos que vivimos para trabajar, el trabajo se hace una carga pesada, un castigo. Esta noción de castigo mana desde los fundamentos de nuestra cultura judeo-cristiana, puesto que en el inicio de los tiempos, la expulsión del paraíso conllevó la más dura de las condenas: te ganarás el pan con el sudor de tu frente. Trabajar es un castigo, y no un regalo. Menuda condena de significado.
Si trabajamos para vivir, la vida queda relegada a ese cada vez más pequeño espacio que es la noche y el fin de semana. Y el fin de semana se queda con la enorme responsabilidad de compensar una semana de sufrimientos, o de falta de sentido. No es raro entonces que los centros comerciales pasen llenos, sino cómo justificar la cantidad de tiempo dedicada a ganar más dinero del que se necesita para satisfacer las necesidades básicas, cuando ya sabemos que, estando ellas satisfechas cada peso que agregamos no hace un aporte sustancial a nuestro bienestar y felicidad (Diener & Myers, 2002).
El desafío es entonces colonizar el trabajo con nuestra vida, pero no solo llenando de fotos familiares nuestro espacio de trabajo, sino de cargarlo de sentido en el presente (de lunes a viernes). Esto implica esperar de él todas las aspiraciones que le exigimos al fin de semana: un espacio de realización personal, de relaciones nutritivas, de aprendizaje, de descubrimiento, de entretención.
La buena noticia es que esto no solo es posible, sino que altamente deseable. Cientos de estudios en Psicología Positiva, también conocida como la ciencia de la felicidad, así lo demuestran. Trabajadores felices son más creativos, ofrecen un mejor servicio, son más productivos, colaboran más con sus compañeros de trabajo, y se enferman menos. De hecho, como muestra un meta-análisis (un estudio de estudios) en felicidad en el trabajo (Lyubomirsky, Boehm, 2008), contrario a lo que nos han dicho desde niños nuestros padres, la felicidad predice el éxito laboral, y no viceversa. Esto quiere decir no solo que a las personas felices les va mejor, sino que también a través de intervenciones que promueven la felicidad en las personas, se favorece el alto desempeño.
Por lo mismo, miles de empresas en todo el mundo aplican los descubrimientos de la Psicología Positiva en la gestión de sus colaboradores. Las mejores empresas para trabajar han mostrado tasas de crecimiento de ingresos por acción (EPS) de hasta 3,9 veces superior a empresas “infelices” de la misma industria (Gallup, 2011), y mejoraron sus ingresos operacionales en un 19,2%, mientras empresas con empleados de bajo compromiso disminuyeron 32,7% mismo período. (Towers Watson, 2011).
Como muestra la evidencia, así como el sentido común, la felicidad en el trabajo es posible y deseable. La clave, en todos estos casos, es la colonización de la vida laboral por la vida personal: la persona que llena su trabajo utilizando sus fortalezas personales, de su anhelo de mejores relaciones interpersonales, de sus motivaciones profundas. Ahora, construir un trabajo feliz es una responsabilidad compartida. Por la persona, al hacerse realmente presente en el trabajo, y de la organización, al permitir que la persona se haga presente. Es entonces tarea de todos terminar con esta condena y transformar nuestros trabajos. Tenemos a la ciencia de nuestro lado.